sábado, 30 de julio de 2022

Un venezolano en el Darién en 1935

 

Petit (a la derecha) y Carmona en 1937 

Recientemente en varios medios de comunicación se ha venido informando sobre la cada vez mayor cantidad de venezolanos cruzando la selva del Darién. De hecho, parece haberse convertido en una de las rutas más utilizadas por los migrantes que quieren llegar hasta Estados Unidos y no poseen visa.

La región del Chocó-Darién, se extiende, desde el suroeste de Panamá, continuando a lo largo de toda la costa del Pacífico colombiano hasta el noroeste de Ecuador. La misma está conformada por una gran zona selvática, con presencia de pantanos, así como zonas montañosas y costeras.

Esta región ha funcionado a lo largo de la historia como una barrera natural a la comunicación por carretera entre Colombia y Panamá, por lo que es conocida como el “Tapón del Darién”.

Atravesar esa región es extremadamente difícil y riesgoso debido a las condiciones ambientales extremas, la falta de carreteras y en los últimos años por el control que tienen grupos criminales de las rutas de paso.

En cualquier caso, cruzar esta selva implica tener que caminar a lo largo de muy largas rutas de selvas sin caminos, ríos caudalosos, pantanos y zonas inundadas, así como el riesgo de conseguirse con animales peligrosos. 

A pesar de ello, en el último año se ha incrementado de manera acelerada el número de venezolanos que intentan cruzar el Darién como primer paso para atravesar los países de Centroamérica y eventualmente llegar a la frontera mexicana con los Estados Unidos.

Entre enero y junio de este año el Gobierno de Panamá ha registrado el paso de 28.079 venezolanos. Aunque se ignora el número exacto de los que lo intentaron debido a que se conoce que al menos 14 migrantes murieron y sus cuerpos fueron abandonados en la ruta.

Esta dolorosa realidad me hizo recordar el libro “La Extraordinaria hazaña de Petit y Carmona”* escrito por Antonio Álvarez Valera (mi padre) y publicado en el 2008. 

En ese libro se hace una reseña del viaje que realizaron a pie los boy scouts Rafael Ángel Petit y Juan Carmona entre Caracas y Washington  entre 1935 y 1937. 

En esa expedición, al llegar a Bogotá, los tres caminantes originales (incluyendo a Jaime Roll) se separan y Rafael Ángel Petit pierde contacto con su compañero Juan Carmona que decidió continuar sin sus compañeros. Luego de un tiempo Petit decide intentar alcanzarlo, por lo cual tiene que atravesar el Chocó-Darién sin compañía.

La experiencia de Petit es realmente asombrosa, por lo que lo mejor es transcribir textualmente esa sección del libro, tal como lo reseñó el autor del libro:

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… De la ciudad de Medellín Petit partió hacia Panamá, esperando encontrarse nuevamente con Carmona. La empresa resultó ser mucho más difícil de lo esperado. Su desconocimiento de la ruta lo llevaría a internarse en la peligrosa selva del Chocó.

Petit se pierde en la selva

Contaba Rafael A. Petit al periodista Oscar Escalona Oliver, uno de sus más consecuentes admiradores, que al encontrarse “íngrimo y solo” (como dirían sus paisanos maracaiberos) por la separación de Roll y la partida de Carmona, se aprestó a seguir los pasos de éste. Para ello debía primero salir del Chocó.

En esa selva estuvo veintiocho días prácticamente perdido, con el agua a la cintura por las lluvias torrenciales, avanzando apenas unos cinco kilómetros al día. Caminaba cortando bejucos con el machete, con todos sus sentidos alerta, anticipando cualquier peligro: reptiles agazapados que se confundían con el follaje; felinos dispuestos siempre a saltar; las ciénagas verdes, de engañosa tranquilidad, cubiertas de plantas acuáticas. 

En uno de esos días en la selva, luego de pasar el río Atrato (según comenta Petit en una de sus reseñas que estaba habitado por numerosos caimanes) en una balsa construida por el mismo, de pronto fue atacado por un grupo de agresivos monos que, armados de ramas a manera de garrotes, comenzaron a acosarlo. Petit debió correr para ponerse a salvo, y fue perseguido por los monos, hasta que, extenuado, se dejó caer en un matorral. Sorpresivamente, los iracundos simios no lo molestaron más.

Por las noches, en procura de un sueño reparador, Petit subía a un árbol, uno cuyo tronco no fuera muy grueso, ya que por ellos puede trepar fácilmente un jaguar. Debía ser un árbol de tronco delgado y no demasiado cubierto de ramas, al cual se amarraba para evitar caídas mientras dormía.

Además del peligro, el hambre

Una de esas noches estaba Petit encaramado en un árbol, con las botas empapadas, sin poder cambiarse la ropa. Debajo, el terreno era una laguna inmensa. Estaba a punto de cerrar los ojos cuando, de pronto, entre las ramas, oyó ruidos. No podía ver nada. El follaje era tupido y muy alto. Lentamente apuntó con su Winchester hacia donde venía el ruido de hojas y ramas. Disparó y algo cayó pesadamente entre las aguas. Descendió del árbol sin sospechar que iba a encontrar. Resultó ser un mono adulto joven, tal vez uno de los que lo habían agredido días antes.

Mientras tanto, Petit casi no había comido en varios días. Tenía hambre “atrasada” pues sus provisiones se habían agotado, pero con tanta agua a su alrededor, no podía encender fuego para asar el mono. De modo que, abriendo el simio y buscando las partes duras, fue arrancando la carne cruda en largas hilachas o tiras, las cuales comió casi sin darse cuenta.

Con el hambre escasamente satisfecha, volvió a subir al árbol, a esperar que el tiempo mejorara. Pero el clima empeoró en los días siguientes.

Sirenas tropicales

Unos días después, luego de haber podido avanzar varios kilómetros, Petit se topó con un grupo de jóvenes indias que se bañaban a la orilla de un río, exhibiendo sin rubor la tentación de sus núbiles cuerpos desnudos. El agua hacia que sus pieles brillaran y los largos cabellos se adherían a sus espaldas.

Petit se acercó a ellas sonriéndoles. Ellas le sonrieron a la vez. Al cabo de un rato, de contemplarse mutuamente, las indias se retiraron siempre riendo y charlando en su lengua ininteligible.

Petit es capturado por los indígenas

Durante los tres días siguientes, Petit no logró avanzar mucho. Al final de ese lapso, despertó una mañana de un sueño pesado y se encontró rodeado de indios. Se pasaron las manos por la cara y los ojos para disipar el sueño, pero estaba bien despierto. Los indios lo hicieron ponerse de pie y lo llevaron ante el cacique de la tribu. Era el único que hablaba español. Le explicó al cacique su situación y las razones por las cuales había llegado a aquel territorio. Todo quedó aclarado a satisfacción del jefe indio.

Nuestro héroe permaneció varios días con la tribu. En ese lapso, pudo observar algunas de sus costumbres, entre ellas, la preparación de la chicha de maíz: las mujeres solteras mastican el maíz y lo escupen luego en una palangana. Agregan un líquido especial y ponen todo al sol hasta que fermenta. Para no provocar el recelo de los indígenas, debió beber de esta preparación, la cual, según constató, no sabía tan mal. Lo que, si no soportó, por amargo, fue el “chocula”, otro tipo de chicha a base de plátano verde y chocolate. Los indios sí lo bebían con exceso durante sus fiestas, dándose golpes en el pecho hasta caer rendidos. Observó también que las mujeres realizaban la mayor parte del trabajo, mientras que los hombres se dedicaban a holgazanear.

Luego de tres días de convivencia con la tribu, Petit se despidió de sus amigos los indios, pero sin haber podido entablar amistad con las indias que había admirado en el río. El cacique Iñapaquiña lo distinguió con muchos honores (cuya naturaleza o cantidad, Petit no especifica). 

Años después relataba Petit que aquellos indígenas eran pacíficos, incluso gozaban del respaldo del gobierno panameño. Pero no les gustaba que otros que no fueran de su tribu vinieran a darles órdenes. Una vez fue a visitarlos un destacamento de policías y ¡no quedó de éste ni el rastro!

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Después de pasar por todas esas aventuras en el Chocó y ya en territorio panañaño, Petit logró llegar a a la ciudad de Balboa donde se consiguió con Juan Carmona. Ambos estaban enfermos de paludismo y Carmona tenía  una pierna infectada por un gusano. A pesar de ello, al recupersrse continuaron su viaje a pie y  luego de muchas peripecias lograron llegar a Washington el 16 de junio de 1937 siendo recibidos formalmente por el embajador de Venezuela, Dr. Diógenes Escalante.

Ochenta y siete años después de esa hazaña muchos venezolanos siguen intentando cruzar el Darién, como una etapa en su búsqueda de llegar a los Estados Unidos. 

Las condiciones ambientales de esa zona siguen siendo igual de difíciles y muchos no las pueden superar, pero ahora los mayores peligros son los delincuentes que controlan la región y la indiferencia de muchos que deberían velar por su seguridad. Pero ahora, no lo hacen impulsados por el deseo de realizar hazañas deportivas y el honor de los Boy Scouts como Petit y Carmona. Ahora es debido a la desesperación y la falta de futuro.

Esperemos que muy pronto tengamos otra vez la oportunidad de que muchos jóvenes venezolanos puedan alcanzar grandes méritos deportivos, realizar hazañas asombrosas y desafiar enormes peligros, pero sólo por el gusto de hacerlo y el logro de haber superado sus límites físicos y mentales. 

Pero más aún esperemos que no sigan muriendo más venezolanos intentando huir de su país.

Trabajemos para ello.




*Infortunadamente el libro “La Extraordinaria hazaña de Petit y Carmona” no está disponible en librerías y sólo queda el manuscrito en mis manos.