domingo, 5 de junio de 2022

Pasaporte




Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias…

 Constantino Cavafis (1863 -  1933)

 

Este es mi regalo para todos ustedes en mi cumpleaños:

En esta ocasión quiero hablar de viajar, quizás no en su acepción más común, pero sí de esa andadura por la vida que al final es un gran viaje.

Aquí voy a nombrar a algunas personas. La mayoría sólo por su nombre de pila o iniciales. Algunos ya no están y algunos desaparecieron de mi vida. Si un  nombre aparece fue porque me quedé con algo bueno o malo de esa persona que vale la pena conservar. Si un nombre no aparece tiene que ver con mi mayor superpoder: La mala memoria.

El diccionario dice que un pasaporte es un documento necesario para viajar a determinados países que acredita la identidad de una persona.

Precisamente, quiero contarles un poco sobre mi identidad, quizás para ello necesitaré de un pasaporte, uno que esté sellado por mucha gente.

¿Quién soy? La respuesta convencional es: Soy Alejandro Antonio Álvarez Iragorry.

Esos datos dan algunos indicios. Los apellidos hablan de que surgí de la unión de dos personas con esos apellidos. En conjunto con otros documentos (en Venezuela la llamada “partida de nacimiento”) se complementaría con que soy hijo de Antonio Alfonso Álvarez Valera y Emelina Iragorry Fuenmayor (aún le gusta que le coloquen “de Álvarez”) Esa combinación de nombres y apellidos sólo hablan de una muy pequeña parte de mi identidad y legado.

También puedo decir que soy una mezcla muy compleja de ingredientes. A pesar de mis dos nacionalidades quiero creer que soy más venezolano que la arepa con queso guayanés.

Bueno, hasta cierto punto. No soy el resultado de ese sancocho cultural que parece ser el esteoreotipo de la identidad cultural del venezolano y que implica altas dosis de arepas rellenas con todo lo imaginable, béisbol, emotividad, amistades a montones, caña y navidades con Santa Claus y niño Jesús. Pero yo no tolero una hallaca a medianoche, soy solitario, poco fiestero, estrictamente puntual y me resulta repelente la idea de “caerme a curda”.

Creo que hay algo que falla en mi venezolanidad. Así que mi identidad es más un resultado de una cantidad de experiencias compartidas con gente muy especial que de rituales y comidas típicas.

Todavía me veo como ese niño tímido y retraído que vivía escondido tras un libro y le asustaba muchísimo tener que interactuar con personas desconocidas.

Por eso mi primer amigo fue Julio Verne. Detrás de él bajé al centro de la tierra, fui a la luna en una bala de cañón, le di la vuelta al mundo en ochenta días y fui un polizón en el Nautilus.

Mi madre preocupada aceptó el consejo de un médico y me inscribió en los Boy Scouts. Fue mi primera transformación. Descubrí la naturaleza, la responsabilidad y los amigos (-Atilio, me recuerdas sus nombres)

Eso me preparó para el próximo gran paso: “Estudiar Biología”. No es que yo supiera lo que eso significaba. Fue un descubrimiento por goteo. Pero lo importante era que la UCV de los 70 era un hervidero donde como en el monólogo “LSD” de Ibsen Martínez “todo era posible” y en esa enorme  y compleja burbuja crecí. 

La universidad ya liberada de los radicalismos extremos de los 60 me permitió convivir con panas de Catia expertos en rutas de autobuses y usuarios del comedor universitario, junto con los que venían en carro propio y se iban en vacaciones para Europa. Había mucha ciencia, pero también mucha cultura: Conciertos, poesía, cine, más libros, teatro, ballet. Y también amor y sexo, que los antropólogos dicen que también son temas culturales…

Cada uno de esos pasos estuvo acompañado de gente que les prestaron sus rostros y palabras a esas experiencias: Cucha, Ciro, Elvira, Yolanda, Violeta, Ricardo, Henry, Rosalba, Luis… incluso hubo la gente que me enseñó lo que no quería ser (recuerdos a la “satrapía conspirativa” y otros que no vale la pena nombrar)

Me acuerdo de los amigos con los que exploré la biblioteca de Biomedicina, pasé miles de horas en el Ateneo de Caracas, conocí todos los cafetines de la UCV, aprendí lo que era un sándwich de shawarma, me acompañaron a ver cientos de películas y a amar al teatro venezolano y la música coral (-Manuelita ¿cuándo volverán a montar “Acto Cultural” de Cabrujas?) 

También aprendí la diferencia entre mala ciencia y ciencia verdadera, entre responsabilidad profesional y la piratería pseudo-académica. Gracias Antonio, Frank H., Jesús Alberto, Juhani…

En otro momento conté que estudiar biología me llevó a recorrer gran parte de Venezuela. La de los paisajes insólitos y los momentos mágicos (¿te acuerdas Pedro de esa lluvia de estrellas en Mochima?)

Al final me hice biólogo y doctor (Gracias Humberto por ser todo lo que necesitaba como tutor y amigo)

Al terminar quise ser profesor universitario, esposo, funcionario de PDVSA y tipo lanzado en materia de amores. Todo eso lo fui de manera intermitente como arbolito de Navidad con ataques de epilepsia.  Algunos de esos papeles cubrieron varios años, otros fueron dolorosamenre breves.

La estupidez,  la insinceridad y el querer ser lo que no era me llevaron a naufragios y decepciones que no vale la pena recordar (¿verdad R.? ¿verdad N.? ¿verdad C.?...)

Recogí mis pedazos y conté lo que tenía. Muy poco dinero, un título de los que no tienen un gran mercado y alguna experiencia como educador.

Por ello me reconvertí en educador ambiental a tiempo completo. Tuve miedo. Era un neófito con algunas pocas ideas básicas sobre ese tema. Por eso me convertí en discípulo y amigo  de los grandes educadores en América Latina y España: Ana, Edgard, Susana, Javier, Eloísa, Suzana… a todos muchas gracias y también me hice parte de la mayor experiencia de educación ambiental de Venezuela.

No hay manera de expresar el espacio de mi vida que llenaron los Juegos Ecológicos (Maritza: nunca te lo podré agradecer suficiente haber entendido contigo que para enseñar de verdad hay que primero aprender a vivir, amar y comer ¿verdad Lilia y Aníbal?

A la vez , tuve la compañía de otro grupo de caminantes grandiosos. Esos que sólo la jodida política logró arrancarlos de mi vida. ¿Verdad Azucena, Pablo, Elizabeth y Luis? (los creadores de la FOVEA 1.0)

¡Ay! Ya estoy llegando a esa etapa que representa más de un tercio de mi vida: Aprender a seguir en ruta a pesar de que ves cada día como matan a la democracia, las universidades, la educación ambiental, la naturaleza, la honestidad y desaparecen las personas queridas (Saúl, también es contigo).

No quiero hablar de la rabia y la tristeza porque también ha sido un tiempo de aprender, de volver a amar y de iniciar la tercera reconstrucción de mi vida.

El nuevo viaje se llama “Resistencia”. Resistencia para proteger y para sembrar. Resistencia para no perder la cordura. Resistencia contra el odio y la estupidez. Resistencia, porque no me da la gana dejárselo tan fácil a los inmorales que están vendiendo su país al mejor postor.

Hacer resistencia incluye ser ahora defensor de derechos humanos. Pero eso es sólo una descripción de mi ocupación actual.

Las claves para poder seguir en resistencia son: la familia (¿verdad Zaida y todo el resto de los felinos?) asimismo los nuevos maestros (Jo, Rafael, Marino, la gente maravillosa del CODHEZ…), y por supuesto la amistad, ahora dispersa por el mundo ¿verdad Pablo? que aún sigues allí. También Ana María, Irina, Pía, Ana, María Magdalena, Zaverina, Arturo, Cata, Nora (Barquisimeto y Mérida también son países extranjeros en la nueva Venezuela) también los  que aún quedan por aquí (el tocayo, Tinísima, Isabel y el resto de los anarquistas, los amigos y aliados de Clima21 (Ana, Cristina, Eimar, María Eugenia, Luis, Egla, Gabriela, Carolina), así como los que poco a poco van apareciendo e incorporándose a la procesión.

Igualmente en este tiempo adverso y de cambalaches resulta necesario a hacerle resistencia al fracaso y mirar más allá de los peores bajones (¿verdad chica sonrisa? ¿o no?)

Pero además, hacer resistencia es cada día construir el futuro a pesar de que a menudo sienta que para mí ya no hay más camino, que el cuerpo ya no quiere levantarse cada mañana y los ojos se apaguen cada día más.

Finalmente, es creer que vale la pena cada pequeño paso dado,  con total certeza de que tiene sentido, independientemente de su resultado (Gracias Abilio, gracias Vaclav, gracias Petit). 

Si al final logro alcanzar algo de lo que en este momento sueño, se lo deberé a todos los que han compartido y comparten este viaje conmigo y cuya historia no cabe en este pequeño pasaporte que he cargado toda mi vida.

El futuro es inefable (no podía dejar de nombrar a Terry Pratchett) y nadie sabe cuándo acaba el viaje y toque entregar el pasaporte para el sello final, pero lo que deseo es poder seguir estando acompañado de todos los que quieran compartir un rato más de este camino.

Los abrazo y espero poder retribuirles un poquito de lo mucho que me han dado.