sábado, 5 de junio de 2021

Colcha de retazos: Cuentos de amores y sueños

 


Este es mi regalo en mi cumpleaños de este año para todos y todas ustedes:


El año pasado hable de cambiar. Este año quiero hablar de amor. 

Pero en Venezuela esta palabra es peligrosa. Aún peor cuando uno tiene fama de gruñón y malhumorado.

Además, cuando uno habla de amor te miran con desconfianza y piensan que no debiste usarla sin el debido cuidado. Si no lo hacer se burlarán de ti ¿Viejo hablando de amor? ¿Qué estará tramando a esta edad? 

Eso porque para la mayoría, sólo puede invocarse al amor, cuando te refieres a tu familia más cercana, padres, hijos o la pareja. 

Sí se me ocurriera usarla para hablar de mis sentimientos sobre otro hombre, inmediatamente me clasificarían como gay. Ya lo han hecho y no me importó para nada.

Y entonces ¿Por qué me empeño en hablar de amor? 

Porque no hay otra razón para seguir adelante cada día.

Los venezolanos somos como el protagonista de la novela “Nación” de Terry Pratchett. Él es un pescador nativo de una isla en un lejano lugar imaginario en el que ocurre un terrible maremoto seguido de un tsunami. Aunque logra sobrevivir porque está pescando en mar abierto, al regresar a la orilla encuentra que todo su pueblo ha sido destruido y no hay sobrevivientes.

Y en ese momento sus pensamientos se hacen muy oscuros: 

“Sentía un enorme vacío en su interior, negro y profundo, más que la oscura corriente. Todo había desaparecido. Nada estaba donde se suponía que debía estar. Ahí estaba él en esa solitaria orilla, y sólo podía plantearse las preguntas tontas que se hacen los niños… ¿Por qué se acaban las cosas? ¿Por qué se mueren las personas? ¿Qué se han propuesto hacer los dioses…?” 

Esos oscuros pensamientos y preguntas me han llevado a tratar de entender lo que ha sido mi vida e intentar vislumbrar para dónde sigue, al menos mientras aún pueda seguir.

Carole King en su disco “Tapestry” cantaba que su vida había sido un tapiz de colores ricos y regios.  Yo tengo mi propio tapiz, o más bien mi propia colcha de retazos. Quizás este sea la pista.

Cuando era niño, en mi cama había una colcha formada por pedazos de telas pegados para formar un tapiz multicolor. Mi madre me dijo que lo había hecho su abuela, ella la llamaba Mamaina. La historia de esta mujer que nació en el siglo XIX y vivió la mayor parte de su vida en la primera parte del siglo XX me resulta fascinante.

Tengo la fantasía de que si sigo los caminos que me proponen los retazos de telas pegados en esta colcha voy a conseguir sentido a mi vida.  Particularmente en este momento que como Carole King mi tapiz se está deshaciendo muy rápidamente. 

Pero, ¿Es posible que historias antiguas tengan alguna resonancia en mi propia vida e incluso en mi futuro? Quiero creer que sí. Sólo puedo contarles una sola de las historias porque si no sería demasiado largo.

Comienzo presentándole a Ana Isolina Roo, así con dos “O”. Ella fue la madre de mi abuela Eura Fuenmayor.

No tengo información sobre las circunstancias en que nació, sólo que lo hizo el 27 de mayo de 1887 en la ciudad de Maracaibo, estado Zulia y que heredó un apellido de origen flamenco. Es decir, de la región de Flandes la región histórica al norte de la actual Bélgica.

Era hija de María Del Carmen Roo y Ramón Parada, pero este último no le dio su apellido.

Los primeros años de su vida debieron ser difíciles, quizás por la circunstancia de ser “hija natural” (nacida fuera del matrimonio y no reconocida por su padre) o por el contexto social y económico donde nació.

La ciudad de Maracaibo se caracterizó desde su fundación en tiempos coloniales por ser el principal puerto de exportación de la producción agrícola de la zona occidental del país. Por ello en general fue un lugar con una economía próspera. 

Pero la ciudad en que nació Ana Isolina coincidió con el último de los tres períodos en que Antonio Guzmán Blanco gobernó el país y esa circunstancia marcó esos años.

Éste fue un gobernador autocrático y centralista. Por ello, tuvo frecuentes conflictos con las diferentes regiones que exigían una mayor autonomía y libertad como había sido el ideal de la Guerra de Federación. 

Entre otras decisiones, en 1881 Guzmán Blanco impone una nueva constitución en el que reduce el número de estados y refuerza su propio poder. El estado Zulia es fusionado con el estado Falcón y Maracaibo pierde su condición de capital. 

Esa circunstancia aunque no duró mucho tiempo afectó a la economía regional que simultáneamente estaba golpeada por la caída de los precios de los productos agrícolas en los mercados internacionales. 

Por ello, la ciudad no se pudo recuperar hasta varios años después con la llegada del "boom" generado por la aparición del petróleo en el Zulia.

La Maracaibo de finales de siglo XIX fue descrita por un Cónsul Estadounidense que llegó a la ciudad en 1877 como una ciudad que a pesar de su presentar una imagen atractiva a los viajeros que se acercaban a ella, era en la práctica un lugar caótico, sucio y que apenas ofrecía al viajero las mínimas condiciones de vida de una ciudad moderna.

En este contexto difícil creció Ana Isolina ganándose la vida como modista. En esa época toda la ropa tenía que ser hecha a mano o por las mujeres de las casas o en el caso de las familias con medios de fortuna por una modista que se contrataba para ello.

Mi madre recuerda a su abuela como una persona muy dulce y agradable. Por ello, muchas familias les gustaba contratarla. Para los estándares de la época era una vida de trabajo duro, pero soportable.


Cuando contaba con algo más de 20 años conoció a Manuel Fuenmayor un hombre, que según me contaron era un picaflor (mujeriego). 

Se enamoraron y planearon casarse. 

De acuerdo con la usanza de la época, el futuro esposo debía solicitar “la mano” de la mujer al hombre que era cabeza de hogar. Como ella no contaba con un padre que “la representara”, al que le tocaba ese papel era a su hermano mayor. Este era además cuñado de Manuel, por lo que lo conocía bien. Se negó a autorizar el matrimonio. No le permitiría a un hombre de su tipo llevarse a su hermana, que tenía un carácter bondadoso y sensible.

Siguiendo la historia contada por mi madre, Manuel para vengarse por la negativa “preñó” a Ana Isolina. A pesar de la “trastada” le buscó una casa donde vivir.

Pero las situaciones se pusieron cada vez peores. 

Manuel realmente debía ser un machista irresponsable y casi en simultáneo dejó a embarazada a otra mujer. Pero en este caso la situación ya no era un problema interno familiar. Los hermanos de la nueva “agraviada” lo obligaron a casarse a “punta de pistola”

Ahora, como hombre casado debía darle una casa a su esposa. Echaron a la calle a Ana Isolina embarazada, con una muy precaria condición económica y responsabilidades familiares con su madre y una abuela ciega.

Los años siguientes fueron muy duros para Ana Isolina. Incluso la obligaron a irse de una casa donde le habían permitido usar un cuarto para vivir porque la abuela inició un incendio por accidente. 

La situación debió ser tan apremiante que Manuel le quitó la niña a su madre y se la llevó a su casa, porque según su opinión no veía que estuviera creciendo bien.

A pesar de ello, Ana Isolina siguió permanentemente velando por su hija y se preocupó porque no estaba recibiendo ninguna educación en casa de su padre. 

Me pregunto cuál era la expectativa que ella tenía con respecto de la educación de su hija, tomando en cuenta que estábamos en la segunda década del siglo XX. Para ese momento, como dice María Antonia Palacios en un artículo sobre la educación de las mujeres del siglo XIX, ellas eran consideradas inferiores a los hombres y no se consideraba que estuviesen en posibilidades de recibir educación, sino nada más que lo más elemental. Las opiniones sobre las mujeres a principios del siglo XX no eran mucho mejores.

En cualquier caso, cuando la niña cumplió nueve años su madre logró que ingresara internada en una escuela de señoritas regentada por la educadora y pianista zuliana Amelia Ríos Hernández, madrina de la niña.

En esa escuela Eura recibió la mejor educación que una mujer podía tener en Maracaibo para esa época. Posiblemente aprendiera a leer y escribir, gramática, nociones de economía doméstica, historia, geografía, religión, etiqueta y labores de aguja y bordado. Pero además recibió clases de francés y piano.

Allí estuvo interna hasta que cumplió los catorce años. Y esa fecha fue decidida por su madre. Ana Isolina se  había prometido que no volvería a vivir con su hija hasta que le pudiera ofrecer una casa propia, ya que no quería que estuviese “arrimada” en casa ajena. Ana Isolina cumplió su promesa trabajando sin descanso hasta tener el dinero para conseguir un lugar propio donde pudieran vivir juntas sin presiones de otros.

La señorita Eura Fuenmayor Roo vivió desde ese momento trabajando como modista fina. Es decir, especializada en coser trajes de fiesta y matrimonio, lo que hizo hasta su matrimonio con Luís Ángel Iragorry, mi abuelo, en 1931.

Ana Isolina, ya con el nombre de Mamaina, se convirtió en la cuidadora y ángel guardián de sus siete nietos hasta dejar este mundo en 1961. Tuvo incluso la posibilidad antes de morirse de conocer algunos de sus bisnietos.

Sus colchas de retazos, sus dichos e ideas sobre el valor medicinal de las hierbas me llegaron a través de mi madre y ahora su historia recuperada me conectan con ese pasado. 

Todo ello me dice que el amor profundo es capaz de superar obstáculos que para una mujer sin medios de fortuna ni una familia que la apoyara podían ser considerados imposibles de lograr. Fue en fin su amor y tenacidad lo me permitió mucho tiempo después llegar hasta aquí.

Cuando reviso mi vida me consigo con varias tramas y retazos de amor interconectados que son mi vida y mi historia. 

Por eso entiendo que el hilo que une la vida humana no son las grandes historias, ni los momentos de triunfo, ni siquiera la adversidad, sino el amor. 

Son miles de manos que van dejando huella de generación en generación y en cada una de las etapas de la vida de todos nosotros.

Y aunque me formé de manera muy racionalista en una facultad de Ciencias (y eso también fue bueno y tiene sus propias historias de amor) ahora entiendo que lo que me conecta con el pasado y me empuja al futuro es sólo el amor en todo momento y en diferentes formas. El amor multiplicado que me hace decir gracias a Ana Isolina en un pasado muy anterior a que yo naciera y, también en el presente a las decenas de personas que me apoyaron cuando estuve enfermo, a mi familia y la gente dispersa en Venezuela y en todo el mundo que amo y espero poder decírselos y demostrarlo mientras aún pueda. 

Ese es mi historia ¿Ya ustedes descubrieron las historias que los trajeron hasta aquí y los mantienen vivos? 

Busquen las tramas del amor en sus vidas. Yo seguiré también buscando y cosiendo a pesar de la adversidad, mi cara de perro bulldog, mis inseguridades y achaques.

También esta historia es para ti.


Agrego posteriormente: La imagen en el encabezado proviene de la "Cueva de las Manos" en la provincia de Santa Cruz, Argentina. Los estudios arqueológicos han revelado que estas imágenes fueron realizadas a lo largo de muchísimos años en que la cueva se utilizó con fines rituales. Asimismo, algunas evidencias apuntan a que las manos que quedaron grabadas por una técnica similar a un esténcil (una mano actúa como molde, mientras con la otra se marca el contorno) son femeninas. Muy pertinente para esta historia.


Esta narración fue alimentada por los cuentos de mi madre que en este diciembre cumplirá los noventa años y además por los siguientes trabajos:

Álvarez Iragorry, Andrés y González Ferrer, Sandra. s.f. Árbol Genealógico de la Familia Roo. Mecanografiado.

Álvarez Iragorry, Andrés. s.f. Árbol Genealógico de la Familia Iragorri. Mecanografiado.

Bermúdez, Nilda. 2006. Vida Cotidiana en un Puerto Caribeño: Maracaibo a Fines Del Siglo XIX. Memorias. Revista Digital de Historia y Arqueología desde el Caribe, núm. 4, 2006. Disponible en: https://www.redalyc.org/pdf/855/85520404.pdf

Palacios, Mariantonia. 2015. La Música y la Educación Femenina en la Venezuela del Siglo XIX. Revista Venezolana de Estudios de la Mujer - julio - diciembre 2015 - VOL. 20/N° 45 pp. 87-103. Disponible en: https://www.academia.edu/22534810/La_m%C3%BAsica_y_la_educaci%C3%B3n_femenina_en_la_Venezuela_del_siglo_XIX