jueves, 6 de junio de 2024

¿A mi manera?

 

 El caminante sobre el mar de nubes (Wanderer above the Sea of Fog)
Oleo sobre lienzo de de Caspar David Friedrich. 1818.

Como desde hace varios años aquí les traigo mi regalo para todos y todas ustedes en mi cumpleaños:


A mi manera (My Way) es una canción popularizada por el cantante estadounidense Frank Sinatra al finalizar la década de los sesenta del siglo pasado y que tiene una gran cantidad de versiones y seguidores.

La letra habla de un hombre que reflexiona sobre su vida al sentir que ella está llegando a su final. A pesar de ello siente que ha tenido una vida plena vivida a su manera. Esta última idea se puede interpretar como que vivió bajo sus propias reglas independientes de las presiones sociales. 

And now, the end is near
And so I face the final curtain
My friend, I'll say it clear
I'll state my case, of which I'm certain.
I've lived a life that's full
I travelled each and every highway
And more, much more than this
I did it my way

¿He vivido la vida a mi manera? 

Lo dudo. Creo que es un pensamiento un poco arrogante y lleno de vanidad. En mi caso he vivido mi vida de una manera que pudiera definirlo con una frase del gran biólogo y evolucionista francés Jacques Monod como resultado de “El azar y la necesidad”.

La necesidad en este caso era, quién sabe, vivir la vida con un poco de originalidad y con el vano objetivo de conseguirle sentido a mi vida. 

Lo que terminé fue haciendo de mi vida una ensalada rusa. 

Intenté aprender un poco de todo y luego mezclarlo. Meterme donde no me habían llamado y luchar por mantener mi manera de ser a pesar de lo que dijeran. Creer a la vez en la libertad y en la justicia social. Ser tolerante con la diversidad humana a la vez que muy intolerante con la estupidez humana (que contradicción) Amar al estilo autobús de transporte público donde muchas personas caben, pero muy pocos se quedan con el conductor.

Al final de todo probando como se vive, como dijo el poeta Leonard Cohen, cuando las barajas las reparte un croupier tramposo que reparte cartas marcadas por razones muy oscuras.

I planned each charted course
Each careful step along the byway
And more, much more than this
I did it my way

Si intenté planificar mi vida fue un intento fracasado. En la fórmula de la vida jamás se puede sacar al azar. 

Esa lotería infinita que te hace tener que caminar por caminos que no escogiste, con personas que quizás no seleccionaste en circunstancias que no tenías en mente. Me sentía un planificador y me salió un surfista en una tormenta.

El Alejandro de los años 80 era un biólogo que se sentía algo así como Jacques Costeau tropicalizado y se veía buceando en arrecifes coralinos respondiendo preguntas interesantes sobre la ecología de esos sitios. 

El de los noventa era un educador ambiental que buscaba innovar en la didáctica de la enseñanza del ambiente y que tuvo extraordinarios compañeros de ruta para intentarlo. Y lo que logramos fue hermoso.

El de principios del 2000 era un consultor queriendo implantar en Venezuela la idea de que existía una gestión social del ambiente. Sí, eso existe y cada vez es más importante. 

Más adelante trabajé por conectar a la gente que trabaja por el ambiente desde la sociedad civil. Era el Alejandro de las “redes”.

Desde hace unos años cuando ya era viejo para mucha gente, comencé a aprender a trabajar con los derechos humanos y la justicia ambiental y climática, que es lo que ahora hago.

¿Por qué todos esos cambios? Puertas que se abrieron, pero principalmente puertas que se cerraron, algunas de manera abrupta. 

Todo ello tiene que ver con el hecho de que este cuento está atravesado, al menos desde inicios del 2000 por una catástrofe social: La destrucción del sueño de la Venezuela próspera, más o menos tolerante, en que todos cabíamos (a pesar de mucha gente) y donde todo sueño era posible.

Toda esa idea o quizás mito de lo que era Venezuela cambió para mal. Es decir, el azar lo cambió todo. 

Un extraordinario curso de Civilis me enseño que, aunque el riesgo es posible preverlo y prepararse para resistir su impacto, eso no es cierto para la adversidad. Esta condición cuando llega, lo destruye todo en una escala impensable sin que fuera posible preverlo o prepararse para ello.

Existe una frase en inglés que no es fácilmente traducible al español: “shit happens”. Algunos lo traducen como “así es la vida”, pero en la traducción se pierde la enorme fuerza que tiene en inglés que es la seguridad que no importa lo que hagas, a veces, la mierda te cae encima. 

Sí nos cayó en gran cantidad y de manera continuada a todos los venezolanos.

Pero hubo que seguir adelante en el medio de una tormenta que echó todo abajo y destruyó incluso las cosas que creíamos sagradas. 

He llorado muchas veces en mi vida. Algunas por la pérdida de seres queridos, o por traiciones. Pero algunas de las ocasiones no fueron a consecuencia de pérdidas personales.

Me sentí hundirme en la tristeza y la impotencia cuando vi la represión cruel y gratuita que la opresión derramó sobre personas que sólo pedían respeto por sus derechos, incluyendo el de vivir en un país democrático. Así como con las grandes hileras de venezolanos incluyendo niños pequeños y personas mayores transitando sólo con su desesperación y voluntad por las carreteras de todo el continente porque en el país donde nacieron se perdió toda esperanza.

Pero otra ocasión fue cuando vi las fotos de la biblioteca del Instituto Oceanográfico de la UDO quemada hasta las cenizas por unos supuestos delincuentes, de los cuales nunca se supo, no fueron perseguidos y nunca pagaran por el crimen de haber destruido el esfuerzo de tantos investigadores y estudiantes que intentaron mejorar las condiciones de vida de uno de los estados más pobres del país usando el conocimiento científico. Ese crimen tendrá consecuencias negativas de muy largo plazo.

A pesar de ello, aún estoy aquí. No sé por qué y si esta persistencia tenga sentido. 

Quizás sólo he tenido la suerte (de nuevo el azar) de resistir hasta este momento la ola de destrucción. Y quizás lo haya hecho, con el perdón del azar, más o menos “a mi manera”.


Regrets, I've had a few
But then again, too few to mention
I did what I had to do
And saw it through without exemption

¿Me he arrepentido de cosas en mi vida? Si. No son demasiados los momentos, pero algunos son muy importantes. Quizás hice daño, sin proponérmelo, peor aun, creyendo que estaba haciendo las cosas bien.

Pero de lo que más me he arrepentido es de las oportunidades que he perdido. La mayor parte de ella por pendejadas. Algunas de ellas las lamento mucho y son grandes piedras que debo cargar hasta la cima.

Y más aún lamento no haber agradecido lo suficiente a tanta gente que me impulsó, apoyó y cuidó, mientras por mi parte creía de manera estúpida que mis logros eran consecuencia únicamente de mis precarios esfuerzos por avanzar. 


I've loved, I've laughed and cried
I've had my fill, my share of losing
And now, as tears subside
I find it all so amusing.

Y sí he amado, reído y llorado y he tenido mi ración de pérdidas. No creo que pueda encontrar que todo fue divertido, pero por momentos lo fue.

Al final de todo este viaje, cuando aún intento mirar hacia adelante, como con el título de la imagen que tiene este texto sólo veo un mar de nubes.

Y no queda más que aceptar lo inevitable, aunque sea con rebeldía y de nuevo recordar a Leonard Cohen y frente a la oscuridad decir:

Hineni, hineni, I'm ready my Lord.


Muchísimas gracias a todos lo que hayan tenido la paciencia de leer hasta aquí. Los abrazo.


Alejandro
6/6/2024







lunes, 5 de junio de 2023

Viaje a través del mar del miedo

 


Este es mi regalo para todos y todas ustedes en mi cumpleaños:

 

|“Sé quién fui, y puedo decirte quién podría haber sido yo, pero ahora sólo estoy en esta línea de palabras que escribo”. Úrsula K. Le Guin (Lavinia)

 

—Alex ¿quieres chocolate?

—No mamá, gracias.

—Aquí tienes el chocolate.

—Eh… gracias mamá.

 Este texto no es un chiste. Es una historia real de uno de mis encuentros con mi madre.

Es que como dice el cuento de Aquiles Nazoa: “Mi madre vive en un pueblito de recuerdos: Yo algunos domingos me subo en el elefante del Libro Mantilla para ir a visitarla”.

Algunas personas, a veces demasiadas, rechazan a las personas viejas, peor aún si son enfermas o pobres. A veces hacemos chistes con sus descuidos, equivocaciones y traspiés.

Para mi es claro que ese rechazo es sólo miedo. Miedo al momento que seamos como ellos. 

La vejez, la enfermedad y la pobreza te van quitando las cosas que importan hasta que te quita lo primero y lo último que todo humano tiene: La vida. Claro que eso asusta y mucho.

Ese miedo ha estado presente a lo largo de la historia humana: En los cuentos de hadas las mujeres viejas y pobres son brujas y los hombres viejos y pobres son o pordioseros o peligrosos villanos.

Esta situación está empeorando. La publicidad ha construido el mito de la juventud eterna. Los héroes son siempre jóvenes y prósperos.

A la vez, la vejez y la miseria son invisibilizadas. Los adultos mayores enfermos son sólo dignos de lástima, cuando no de olvido.

El miedo y sus derivados son la forma tramposa que tenemos de evitar pensar en nuestro propio futuro y nuestra propia vejez.

Esas conductas nos impiden relacionarnos de manera positiva no sólo con las personas que tienen estas condiciones, sino con nosotros mismos.

 

|Descubrí allí que uno puede llorar todo lo que quiera, y que eso no ayuda mucho. Úrsula K. Le Guin (La mano izquierda de la oscuridad)

Pero no quiero hablar de los miedos de la gente en general, sino de los míos y de que quiero hacer con ellos.

Los años avanzan, la enfermedad también, la pobreza ronda por la mayoría de los venezolanos.

Algo habrá que hacer, aunque sea desnudar mis miedos para hacerlos salir y ver a la cara esos monstruos.

No soy para nada de esos que glorifican la vejez. Me parece que aquellos que hablan de abuelitos felices, llenos de sabiduría y respetados por las personas que los rodean, viven en otro mundo o forman parte de la minoría de personas que tienen los recursos suficientes para tener una vejez en paz.

Por el contrario, la vejez, sobre todo combinada con la enfermedad y la pobreza es una mierda. Me disculpan la palabra fea, pero es la verdad.

En Venezuela los estudios recientes hablan de que los adultos mayores en su mayoría viven situaciones enormemente difíciles: Sin dinero (les robaron las prestaciones sociales y la inflación constante les arrebatan los pocos ingresos que tienen) sin sistemas de salud que los protejan (el sistema de salud venezolano fue destruido) y a veces en soledad (muchos de sus hijos y nietos han tenido que emigrar)

Aún aquellos que aún estamos un poco por encima de la línea de la pobreza vivimos en una incertidumbre enorme.

Pero, como dice la frase que inicia esta parte, llorar no ayuda de mucho.

 

| Si continuas así, si sigues huyendo, dondequiera que huyas siempre encontrarás el peligro y el mal, porque es ella la que te lleva, la que elige tu camino. Eres tu quien ha de elegir. Tienes que hostigar a quien te hostiga. Tienes que perseguir al cazador. Úrsula K. Le Guin (Un Mago de Terramar)

Sé que no puedo seguir huyendo. Que no hay para dónde ir que no sea el mismo camino que lleva al mismo final. No hay otra estrategia que la de seguir pataleando.

Al igual que Ged de Terramar, la novela de Úrsula K. Le Guin, sé que sólo podré vencer a la sombra que me persigue si me integro a ella, en mi luz y en mi oscuridad.

Por ello, me dispongo a perseguir a mi sombra, Quizás a darle caza.

Lo primero es persistir. 

Para ello tengo que trabajar en lo que sé hacer e intentar hacerlo cada día mejor. Ese propósito no tiene el menor rasgo de heroísmo. No tengo otra opción. Además de que, desde ya, darme por vencido  no es una opción válida para mí. Por lo que espero poder seguir dando de mi todo lo que pueda por algún tiempo más.

Lo segundo es viajar en compañía.

A diferencia del mago, y porque no lo soy, no quiero enfrentar a la sombra yo sólo. Me produce un miedo aterrador.

Necesito una mano que me sostenga. Unos ojos que miren por mí. Una voz que me guíe.

¿Tendré el derecho de pedir esos deseos?

 

| La vaguedad engendra vaguedad, y algunas preguntas, por supuesto, no tienen respuesta. Úrsula K. Le Guin (La mano izquierda de la oscuridad)

 Quizás algunos dones hay que ganárselos.

 

| Pero tenía además un arte más grande, un arte que no se aprende: el de la bondad. Úrsula K. Le Guin (Un Mago de Terramar)

¿Eso querrá decir que tengo que hacer el bien? 

Esta idea no me cuadra del todo. Vivimos en un mundo en gran medida perverso, hacer el bien puede ser algo perverso también. Es claro que es posible hacer mucho mal queriendo hacer el bien. 

Además, ¿qué significa hacer el bien? Eso depende del punto de vista en que se lo mire. 

Pero puedo intentar ser bondadoso.

Eso no tiene que ver con parecer un viejito bueno. Eso me produciría repulsión. Tanta cursilería, como diría Aquiles Nazoa, es pavosa.

En mi caso ser bondadoso es intentar interesarme más en otras personas y apoyarlas, en particular de aquellas que sufren y están solas. Es intentar estar cerca de quien lo necesite, aunque no pueda estar físicamente cerca.

Dar una mano, una palabra, aunque eso sea poco.

Hay en este momento tantas personas heridas por las múltiples crisis que nos golpean. Ellos y ellas también tienen mucho miedo.

Compartiremos nuestros miedos y aunque no los convirtamos en valentía, los haremos un poquito más pequeños, más llevaderos.

También puedo tratar, hasta donde sea posible, que mi trabajo sirva para ayudar en algo a los más afectados y en especial a los olvidados.

No es mucho, pero es lo que tengo.

Además el futuro es incertidumbre.  Sólo tengo un presente muy imperfecto para una tarea que siento cada vez más difícil.

Así que seguiré adelante con estas ideas imperfectas con mis miedos, dolencias y ceguera. Y lo haré con terca esperanza.

Hasta donde llegue.

Al finalizar me conseguiré con mi sombra, quizás más fuerte, quizás con menos miedo.

Y para ti que me leíste hasta este punto gracias, gracias, gracias por lo que me has dado.

Espero tener la oportunidad de darte un abrazo en algún momento, aunque sea cuando ya no pueda verte.

 


Imagen arriba: Imagen intervenida de la versión en inglés de Un Mago de Terramar de Úrsula K. La Guin. Escritora estadounidense (1929-2018) a la cual también hago un homenaje con este texto.




sábado, 30 de julio de 2022

Un venezolano en el Darién en 1935

 

Petit (a la derecha) y Carmona en 1937 

Recientemente en varios medios de comunicación se ha venido informando sobre la cada vez mayor cantidad de venezolanos cruzando la selva del Darién. De hecho, parece haberse convertido en una de las rutas más utilizadas por los migrantes que quieren llegar hasta Estados Unidos y no poseen visa.

La región del Chocó-Darién, se extiende, desde el suroeste de Panamá, continuando a lo largo de toda la costa del Pacífico colombiano hasta el noroeste de Ecuador. La misma está conformada por una gran zona selvática, con presencia de pantanos, así como zonas montañosas y costeras.

Esta región ha funcionado a lo largo de la historia como una barrera natural a la comunicación por carretera entre Colombia y Panamá, por lo que es conocida como el “Tapón del Darién”.

Atravesar esa región es extremadamente difícil y riesgoso debido a las condiciones ambientales extremas, la falta de carreteras y en los últimos años por el control que tienen grupos criminales de las rutas de paso.

En cualquier caso, cruzar esta selva implica tener que caminar a lo largo de muy largas rutas de selvas sin caminos, ríos caudalosos, pantanos y zonas inundadas, así como el riesgo de conseguirse con animales peligrosos. 

A pesar de ello, en el último año se ha incrementado de manera acelerada el número de venezolanos que intentan cruzar el Darién como primer paso para atravesar los países de Centroamérica y eventualmente llegar a la frontera mexicana con los Estados Unidos.

Entre enero y junio de este año el Gobierno de Panamá ha registrado el paso de 28.079 venezolanos. Aunque se ignora el número exacto de los que lo intentaron debido a que se conoce que al menos 14 migrantes murieron y sus cuerpos fueron abandonados en la ruta.

Esta dolorosa realidad me hizo recordar el libro “La Extraordinaria hazaña de Petit y Carmona”* escrito por Antonio Álvarez Valera (mi padre) y publicado en el 2008. 

En ese libro se hace una reseña del viaje que realizaron a pie los boy scouts Rafael Ángel Petit y Juan Carmona entre Caracas y Washington  entre 1935 y 1937. 

En esa expedición, al llegar a Bogotá, los tres caminantes originales (incluyendo a Jaime Roll) se separan y Rafael Ángel Petit pierde contacto con su compañero Juan Carmona que decidió continuar sin sus compañeros. Luego de un tiempo Petit decide intentar alcanzarlo, por lo cual tiene que atravesar el Chocó-Darién sin compañía.

La experiencia de Petit es realmente asombrosa, por lo que lo mejor es transcribir textualmente esa sección del libro, tal como lo reseñó el autor del libro:

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… De la ciudad de Medellín Petit partió hacia Panamá, esperando encontrarse nuevamente con Carmona. La empresa resultó ser mucho más difícil de lo esperado. Su desconocimiento de la ruta lo llevaría a internarse en la peligrosa selva del Chocó.

Petit se pierde en la selva

Contaba Rafael A. Petit al periodista Oscar Escalona Oliver, uno de sus más consecuentes admiradores, que al encontrarse “íngrimo y solo” (como dirían sus paisanos maracaiberos) por la separación de Roll y la partida de Carmona, se aprestó a seguir los pasos de éste. Para ello debía primero salir del Chocó.

En esa selva estuvo veintiocho días prácticamente perdido, con el agua a la cintura por las lluvias torrenciales, avanzando apenas unos cinco kilómetros al día. Caminaba cortando bejucos con el machete, con todos sus sentidos alerta, anticipando cualquier peligro: reptiles agazapados que se confundían con el follaje; felinos dispuestos siempre a saltar; las ciénagas verdes, de engañosa tranquilidad, cubiertas de plantas acuáticas. 

En uno de esos días en la selva, luego de pasar el río Atrato (según comenta Petit en una de sus reseñas que estaba habitado por numerosos caimanes) en una balsa construida por el mismo, de pronto fue atacado por un grupo de agresivos monos que, armados de ramas a manera de garrotes, comenzaron a acosarlo. Petit debió correr para ponerse a salvo, y fue perseguido por los monos, hasta que, extenuado, se dejó caer en un matorral. Sorpresivamente, los iracundos simios no lo molestaron más.

Por las noches, en procura de un sueño reparador, Petit subía a un árbol, uno cuyo tronco no fuera muy grueso, ya que por ellos puede trepar fácilmente un jaguar. Debía ser un árbol de tronco delgado y no demasiado cubierto de ramas, al cual se amarraba para evitar caídas mientras dormía.

Además del peligro, el hambre

Una de esas noches estaba Petit encaramado en un árbol, con las botas empapadas, sin poder cambiarse la ropa. Debajo, el terreno era una laguna inmensa. Estaba a punto de cerrar los ojos cuando, de pronto, entre las ramas, oyó ruidos. No podía ver nada. El follaje era tupido y muy alto. Lentamente apuntó con su Winchester hacia donde venía el ruido de hojas y ramas. Disparó y algo cayó pesadamente entre las aguas. Descendió del árbol sin sospechar que iba a encontrar. Resultó ser un mono adulto joven, tal vez uno de los que lo habían agredido días antes.

Mientras tanto, Petit casi no había comido en varios días. Tenía hambre “atrasada” pues sus provisiones se habían agotado, pero con tanta agua a su alrededor, no podía encender fuego para asar el mono. De modo que, abriendo el simio y buscando las partes duras, fue arrancando la carne cruda en largas hilachas o tiras, las cuales comió casi sin darse cuenta.

Con el hambre escasamente satisfecha, volvió a subir al árbol, a esperar que el tiempo mejorara. Pero el clima empeoró en los días siguientes.

Sirenas tropicales

Unos días después, luego de haber podido avanzar varios kilómetros, Petit se topó con un grupo de jóvenes indias que se bañaban a la orilla de un río, exhibiendo sin rubor la tentación de sus núbiles cuerpos desnudos. El agua hacia que sus pieles brillaran y los largos cabellos se adherían a sus espaldas.

Petit se acercó a ellas sonriéndoles. Ellas le sonrieron a la vez. Al cabo de un rato, de contemplarse mutuamente, las indias se retiraron siempre riendo y charlando en su lengua ininteligible.

Petit es capturado por los indígenas

Durante los tres días siguientes, Petit no logró avanzar mucho. Al final de ese lapso, despertó una mañana de un sueño pesado y se encontró rodeado de indios. Se pasaron las manos por la cara y los ojos para disipar el sueño, pero estaba bien despierto. Los indios lo hicieron ponerse de pie y lo llevaron ante el cacique de la tribu. Era el único que hablaba español. Le explicó al cacique su situación y las razones por las cuales había llegado a aquel territorio. Todo quedó aclarado a satisfacción del jefe indio.

Nuestro héroe permaneció varios días con la tribu. En ese lapso, pudo observar algunas de sus costumbres, entre ellas, la preparación de la chicha de maíz: las mujeres solteras mastican el maíz y lo escupen luego en una palangana. Agregan un líquido especial y ponen todo al sol hasta que fermenta. Para no provocar el recelo de los indígenas, debió beber de esta preparación, la cual, según constató, no sabía tan mal. Lo que, si no soportó, por amargo, fue el “chocula”, otro tipo de chicha a base de plátano verde y chocolate. Los indios sí lo bebían con exceso durante sus fiestas, dándose golpes en el pecho hasta caer rendidos. Observó también que las mujeres realizaban la mayor parte del trabajo, mientras que los hombres se dedicaban a holgazanear.

Luego de tres días de convivencia con la tribu, Petit se despidió de sus amigos los indios, pero sin haber podido entablar amistad con las indias que había admirado en el río. El cacique Iñapaquiña lo distinguió con muchos honores (cuya naturaleza o cantidad, Petit no especifica). 

Años después relataba Petit que aquellos indígenas eran pacíficos, incluso gozaban del respaldo del gobierno panameño. Pero no les gustaba que otros que no fueran de su tribu vinieran a darles órdenes. Una vez fue a visitarlos un destacamento de policías y ¡no quedó de éste ni el rastro!

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Después de pasar por todas esas aventuras en el Chocó y ya en territorio panañaño, Petit logró llegar a a la ciudad de Balboa donde se consiguió con Juan Carmona. Ambos estaban enfermos de paludismo y Carmona tenía  una pierna infectada por un gusano. A pesar de ello, al recupersrse continuaron su viaje a pie y  luego de muchas peripecias lograron llegar a Washington el 16 de junio de 1937 siendo recibidos formalmente por el embajador de Venezuela, Dr. Diógenes Escalante.

Ochenta y siete años después de esa hazaña muchos venezolanos siguen intentando cruzar el Darién, como una etapa en su búsqueda de llegar a los Estados Unidos. 

Las condiciones ambientales de esa zona siguen siendo igual de difíciles y muchos no las pueden superar, pero ahora los mayores peligros son los delincuentes que controlan la región y la indiferencia de muchos que deberían velar por su seguridad. Pero ahora, no lo hacen impulsados por el deseo de realizar hazañas deportivas y el honor de los Boy Scouts como Petit y Carmona. Ahora es debido a la desesperación y la falta de futuro.

Esperemos que muy pronto tengamos otra vez la oportunidad de que muchos jóvenes venezolanos puedan alcanzar grandes méritos deportivos, realizar hazañas asombrosas y desafiar enormes peligros, pero sólo por el gusto de hacerlo y el logro de haber superado sus límites físicos y mentales. 

Pero más aún esperemos que no sigan muriendo más venezolanos intentando huir de su país.

Trabajemos para ello.




*Infortunadamente el libro “La Extraordinaria hazaña de Petit y Carmona” no está disponible en librerías y sólo queda el manuscrito en mis manos.

domingo, 5 de junio de 2022

Pasaporte




Cuando emprendas tu viaje a Ítaca / pide que el camino sea largo, / lleno de aventuras, lleno de experiencias…

 Constantino Cavafis (1863 -  1933)

 

Este es mi regalo para todos ustedes en mi cumpleaños:

En esta ocasión quiero hablar de viajar, quizás no en su acepción más común, pero sí de esa andadura por la vida que al final es un gran viaje.

Aquí voy a nombrar a algunas personas. La mayoría sólo por su nombre de pila o iniciales. Algunos ya no están y algunos desaparecieron de mi vida. Si un  nombre aparece fue porque me quedé con algo bueno o malo de esa persona que vale la pena conservar. Si un nombre no aparece tiene que ver con mi mayor superpoder: La mala memoria.

El diccionario dice que un pasaporte es un documento necesario para viajar a determinados países que acredita la identidad de una persona.

Precisamente, quiero contarles un poco sobre mi identidad, quizás para ello necesitaré de un pasaporte, uno que esté sellado por mucha gente.

¿Quién soy? La respuesta convencional es: Soy Alejandro Antonio Álvarez Iragorry.

Esos datos dan algunos indicios. Los apellidos hablan de que surgí de la unión de dos personas con esos apellidos. En conjunto con otros documentos (en Venezuela la llamada “partida de nacimiento”) se complementaría con que soy hijo de Antonio Alfonso Álvarez Valera y Emelina Iragorry Fuenmayor (aún le gusta que le coloquen “de Álvarez”) Esa combinación de nombres y apellidos sólo hablan de una muy pequeña parte de mi identidad y legado.

También puedo decir que soy una mezcla muy compleja de ingredientes. A pesar de mis dos nacionalidades quiero creer que soy más venezolano que la arepa con queso guayanés.

Bueno, hasta cierto punto. No soy el resultado de ese sancocho cultural que parece ser el esteoreotipo de la identidad cultural del venezolano y que implica altas dosis de arepas rellenas con todo lo imaginable, béisbol, emotividad, amistades a montones, caña y navidades con Santa Claus y niño Jesús. Pero yo no tolero una hallaca a medianoche, soy solitario, poco fiestero, estrictamente puntual y me resulta repelente la idea de “caerme a curda”.

Creo que hay algo que falla en mi venezolanidad. Así que mi identidad es más un resultado de una cantidad de experiencias compartidas con gente muy especial que de rituales y comidas típicas.

Todavía me veo como ese niño tímido y retraído que vivía escondido tras un libro y le asustaba muchísimo tener que interactuar con personas desconocidas.

Por eso mi primer amigo fue Julio Verne. Detrás de él bajé al centro de la tierra, fui a la luna en una bala de cañón, le di la vuelta al mundo en ochenta días y fui un polizón en el Nautilus.

Mi madre preocupada aceptó el consejo de un médico y me inscribió en los Boy Scouts. Fue mi primera transformación. Descubrí la naturaleza, la responsabilidad y los amigos (-Atilio, me recuerdas sus nombres)

Eso me preparó para el próximo gran paso: “Estudiar Biología”. No es que yo supiera lo que eso significaba. Fue un descubrimiento por goteo. Pero lo importante era que la UCV de los 70 era un hervidero donde como en el monólogo “LSD” de Ibsen Martínez “todo era posible” y en esa enorme  y compleja burbuja crecí. 

La universidad ya liberada de los radicalismos extremos de los 60 me permitió convivir con panas de Catia expertos en rutas de autobuses y usuarios del comedor universitario, junto con los que venían en carro propio y se iban en vacaciones para Europa. Había mucha ciencia, pero también mucha cultura: Conciertos, poesía, cine, más libros, teatro, ballet. Y también amor y sexo, que los antropólogos dicen que también son temas culturales…

Cada uno de esos pasos estuvo acompañado de gente que les prestaron sus rostros y palabras a esas experiencias: Cucha, Ciro, Elvira, Yolanda, Violeta, Ricardo, Henry, Rosalba, Luis… incluso hubo la gente que me enseñó lo que no quería ser (recuerdos a la “satrapía conspirativa” y otros que no vale la pena nombrar)

Me acuerdo de los amigos con los que exploré la biblioteca de Biomedicina, pasé miles de horas en el Ateneo de Caracas, conocí todos los cafetines de la UCV, aprendí lo que era un sándwich de shawarma, me acompañaron a ver cientos de películas y a amar al teatro venezolano y la música coral (-Manuelita ¿cuándo volverán a montar “Acto Cultural” de Cabrujas?) 

También aprendí la diferencia entre mala ciencia y ciencia verdadera, entre responsabilidad profesional y la piratería pseudo-académica. Gracias Antonio, Frank H., Jesús Alberto, Juhani…

En otro momento conté que estudiar biología me llevó a recorrer gran parte de Venezuela. La de los paisajes insólitos y los momentos mágicos (¿te acuerdas Pedro de esa lluvia de estrellas en Mochima?)

Al final me hice biólogo y doctor (Gracias Humberto por ser todo lo que necesitaba como tutor y amigo)

Al terminar quise ser profesor universitario, esposo, funcionario de PDVSA y tipo lanzado en materia de amores. Todo eso lo fui de manera intermitente como arbolito de Navidad con ataques de epilepsia.  Algunos de esos papeles cubrieron varios años, otros fueron dolorosamenre breves.

La estupidez,  la insinceridad y el querer ser lo que no era me llevaron a naufragios y decepciones que no vale la pena recordar (¿verdad R.? ¿verdad N.? ¿verdad C.?...)

Recogí mis pedazos y conté lo que tenía. Muy poco dinero, un título de los que no tienen un gran mercado y alguna experiencia como educador.

Por ello me reconvertí en educador ambiental a tiempo completo. Tuve miedo. Era un neófito con algunas pocas ideas básicas sobre ese tema. Por eso me convertí en discípulo y amigo  de los grandes educadores en América Latina y España: Ana, Edgard, Susana, Javier, Eloísa, Suzana… a todos muchas gracias y también me hice parte de la mayor experiencia de educación ambiental de Venezuela.

No hay manera de expresar el espacio de mi vida que llenaron los Juegos Ecológicos (Maritza: nunca te lo podré agradecer suficiente haber entendido contigo que para enseñar de verdad hay que primero aprender a vivir, amar y comer ¿verdad Lilia y Aníbal?

A la vez , tuve la compañía de otro grupo de caminantes grandiosos. Esos que sólo la jodida política logró arrancarlos de mi vida. ¿Verdad Azucena, Pablo, Elizabeth y Luis? (los creadores de la FOVEA 1.0)

¡Ay! Ya estoy llegando a esa etapa que representa más de un tercio de mi vida: Aprender a seguir en ruta a pesar de que ves cada día como matan a la democracia, las universidades, la educación ambiental, la naturaleza, la honestidad y desaparecen las personas queridas (Saúl, también es contigo).

No quiero hablar de la rabia y la tristeza porque también ha sido un tiempo de aprender, de volver a amar y de iniciar la tercera reconstrucción de mi vida.

El nuevo viaje se llama “Resistencia”. Resistencia para proteger y para sembrar. Resistencia para no perder la cordura. Resistencia contra el odio y la estupidez. Resistencia, porque no me da la gana dejárselo tan fácil a los inmorales que están vendiendo su país al mejor postor.

Hacer resistencia incluye ser ahora defensor de derechos humanos. Pero eso es sólo una descripción de mi ocupación actual.

Las claves para poder seguir en resistencia son: la familia (¿verdad Zaida y todo el resto de los felinos?) asimismo los nuevos maestros (Jo, Rafael, Marino, la gente maravillosa del CODHEZ…), y por supuesto la amistad, ahora dispersa por el mundo ¿verdad Pablo? que aún sigues allí. También Ana María, Irina, Pía, Ana, María Magdalena, Zaverina, Arturo, Cata, Nora (Barquisimeto y Mérida también son países extranjeros en la nueva Venezuela) también los  que aún quedan por aquí (el tocayo, Tinísima, Isabel y el resto de los anarquistas, los amigos y aliados de Clima21 (Ana, Cristina, Eimar, María Eugenia, Luis, Egla, Gabriela, Carolina), así como los que poco a poco van apareciendo e incorporándose a la procesión.

Igualmente en este tiempo adverso y de cambalaches resulta necesario a hacerle resistencia al fracaso y mirar más allá de los peores bajones (¿verdad chica sonrisa? ¿o no?)

Pero además, hacer resistencia es cada día construir el futuro a pesar de que a menudo sienta que para mí ya no hay más camino, que el cuerpo ya no quiere levantarse cada mañana y los ojos se apaguen cada día más.

Finalmente, es creer que vale la pena cada pequeño paso dado,  con total certeza de que tiene sentido, independientemente de su resultado (Gracias Abilio, gracias Vaclav, gracias Petit). 

Si al final logro alcanzar algo de lo que en este momento sueño, se lo deberé a todos los que han compartido y comparten este viaje conmigo y cuya historia no cabe en este pequeño pasaporte que he cargado toda mi vida.

El futuro es inefable (no podía dejar de nombrar a Terry Pratchett) y nadie sabe cuándo acaba el viaje y toque entregar el pasaporte para el sello final, pero lo que deseo es poder seguir estando acompañado de todos los que quieran compartir un rato más de este camino.

Los abrazo y espero poder retribuirles un poquito de lo mucho que me han dado. 


miércoles, 12 de enero de 2022

Leer como acto de rebeldía (Homenaje al Infinito en un Junco)

 


Desde niño amé los libros. No recuerdo ninguna etapa de mi vida que no estuviese conectado a ellos. Desde los escritos para niños pequeños que ya no recuerdo, pasando por Las Aventuras de Naricita de José Bento Monteiro Lobato, más de treinta libros de Julio Verne, junto a Dumas, Mark Twain y Salgari, entre los que me acuerdo, lectura que estuvo condimentada con cientos de revistas de cómics.


Al crecer, pasé a literatura "seria" tipo Lobo Estepario y otros de Herman Hesse, los cuentos de Borges, Quiroga y Cortázar matizado con mucha Mafalda. 

Pronto vino mi período de inmersión en las obras de la literatura latinoamericana incluyendo a Carpentier, el Gabo, Vargas Llosa, algo de Rulfo y muchos otros. 

Para luego volver a mi fanatismo por la ciencia ficción e ir desde Isaac Asimov, pasando por Clark, Dick, Bradbury, Le Guin, Farmer, Lem, los hermanos Strugatsky... hasta los más actuales Bacigalupi, Gaiman, Chiang. Todo ello tragado con enormes dosis de todo libro de Terry Pratchett que pudiera conseguir, más algo de novela negra nórdica (que viva la serie Millenium y todo lo que vino después).

Dejo muchísimos sin nombrar. No acabaría nunca. Además estoy dejando fuera los libros de ensayo y los de temas profesionales en mi área de formación en biología y particularmente ecología, incluyendo  historia y sociología de la ciencia, así como ecología política (algo de Murray Bookchin se me quedó marcado muy dentro) 

Con todo ese bagaje a cuestas, en diciembre pasado me conseguí con un libro extraordinario: "El infinito en un Junco" de la filóloga española Irene Vallejo. 

Este es un texto hermoso que cuenta la historia del libro centrado en el desarrollo de la literatura griega y romana y sus implicaciones actuales. Está lleno de anécdotas, situaciones y reflexiones que me obligaban continuamente a parar para tratar de buscar más información y para disfrutar un momento más de cada idea maravillosa que conseguía. 


Es asombroso como situaciones e ideas que ocurrieron a veces hace más de 2500 años todavía tienen tanta vigencia y resuenan actualmente,

Si a usted le gusta leer por favor búsquelo y disfrútelo.

Hablar de la historia del libro no parece importante en un país como Venezuela  en el que el gobierno tiene un profundo desprecio y odio sobre todo lo que implica conocimiento, cultura y pensamiento. Y esos sentimientos no son un mero discurso: Quema bibliotecas, cierra museos, desvirtúa centros de investigación y asfixia universidades.

Carl Sagan escribió como los dueños de las plantaciones imponían el analfabetismo a sus esclavos y cortaban de raíz todo intento de que pudieran acercarse a la lectura y al pensamiento como modo de mantenerlos bajo control y finaliza diciendo: "Esta es la razón por la que la lectura y el pensamiento crítico son peligrosos, ciertamente subversivos en una sociedad injusta".

Quisiera decir como Miguel de Unamuno en su momento: "Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho".

Pero al leer el "infinito en un junco" comprendo que leer en sí mismo es un acto de rebeldía. Que defender el derecho a la lectura es un acto verdaderamente revolucionario y que debemos ser parte de todo ese río de personas que cuidaron y defendieron los libros antiguos para que pudieran llegar a nuestras manos.

Por ello sueño para mi país el día donde las bibliotecas florezcan como juncos en las orillas del Nilo.





Nota final: La imagen acompañante la cree en honor de Irene Vallejo. Muchas gracias por ayudarnos a seguir soñando con libros y la libertad

sábado, 5 de junio de 2021

Colcha de retazos: Cuentos de amores y sueños

 


Este es mi regalo en mi cumpleaños de este año para todos y todas ustedes:


El año pasado hable de cambiar. Este año quiero hablar de amor. 

Pero en Venezuela esta palabra es peligrosa. Aún peor cuando uno tiene fama de gruñón y malhumorado.

Además, cuando uno habla de amor te miran con desconfianza y piensan que no debiste usarla sin el debido cuidado. Si no lo hacer se burlarán de ti ¿Viejo hablando de amor? ¿Qué estará tramando a esta edad? 

Eso porque para la mayoría, sólo puede invocarse al amor, cuando te refieres a tu familia más cercana, padres, hijos o la pareja. 

Sí se me ocurriera usarla para hablar de mis sentimientos sobre otro hombre, inmediatamente me clasificarían como gay. Ya lo han hecho y no me importó para nada.

Y entonces ¿Por qué me empeño en hablar de amor? 

Porque no hay otra razón para seguir adelante cada día.

Los venezolanos somos como el protagonista de la novela “Nación” de Terry Pratchett. Él es un pescador nativo de una isla en un lejano lugar imaginario en el que ocurre un terrible maremoto seguido de un tsunami. Aunque logra sobrevivir porque está pescando en mar abierto, al regresar a la orilla encuentra que todo su pueblo ha sido destruido y no hay sobrevivientes.

Y en ese momento sus pensamientos se hacen muy oscuros: 

“Sentía un enorme vacío en su interior, negro y profundo, más que la oscura corriente. Todo había desaparecido. Nada estaba donde se suponía que debía estar. Ahí estaba él en esa solitaria orilla, y sólo podía plantearse las preguntas tontas que se hacen los niños… ¿Por qué se acaban las cosas? ¿Por qué se mueren las personas? ¿Qué se han propuesto hacer los dioses…?” 

Esos oscuros pensamientos y preguntas me han llevado a tratar de entender lo que ha sido mi vida e intentar vislumbrar para dónde sigue, al menos mientras aún pueda seguir.

Carole King en su disco “Tapestry” cantaba que su vida había sido un tapiz de colores ricos y regios.  Yo tengo mi propio tapiz, o más bien mi propia colcha de retazos. Quizás este sea la pista.

Cuando era niño, en mi cama había una colcha formada por pedazos de telas pegados para formar un tapiz multicolor. Mi madre me dijo que lo había hecho su abuela, ella la llamaba Mamaina. La historia de esta mujer que nació en el siglo XIX y vivió la mayor parte de su vida en la primera parte del siglo XX me resulta fascinante.

Tengo la fantasía de que si sigo los caminos que me proponen los retazos de telas pegados en esta colcha voy a conseguir sentido a mi vida.  Particularmente en este momento que como Carole King mi tapiz se está deshaciendo muy rápidamente. 

Pero, ¿Es posible que historias antiguas tengan alguna resonancia en mi propia vida e incluso en mi futuro? Quiero creer que sí. Sólo puedo contarles una sola de las historias porque si no sería demasiado largo.

Comienzo presentándole a Ana Isolina Roo, así con dos “O”. Ella fue la madre de mi abuela Eura Fuenmayor.

No tengo información sobre las circunstancias en que nació, sólo que lo hizo el 27 de mayo de 1887 en la ciudad de Maracaibo, estado Zulia y que heredó un apellido de origen flamenco. Es decir, de la región de Flandes la región histórica al norte de la actual Bélgica.

Era hija de María Del Carmen Roo y Ramón Parada, pero este último no le dio su apellido.

Los primeros años de su vida debieron ser difíciles, quizás por la circunstancia de ser “hija natural” (nacida fuera del matrimonio y no reconocida por su padre) o por el contexto social y económico donde nació.

La ciudad de Maracaibo se caracterizó desde su fundación en tiempos coloniales por ser el principal puerto de exportación de la producción agrícola de la zona occidental del país. Por ello en general fue un lugar con una economía próspera. 

Pero la ciudad en que nació Ana Isolina coincidió con el último de los tres períodos en que Antonio Guzmán Blanco gobernó el país y esa circunstancia marcó esos años.

Éste fue un gobernador autocrático y centralista. Por ello, tuvo frecuentes conflictos con las diferentes regiones que exigían una mayor autonomía y libertad como había sido el ideal de la Guerra de Federación. 

Entre otras decisiones, en 1881 Guzmán Blanco impone una nueva constitución en el que reduce el número de estados y refuerza su propio poder. El estado Zulia es fusionado con el estado Falcón y Maracaibo pierde su condición de capital. 

Esa circunstancia aunque no duró mucho tiempo afectó a la economía regional que simultáneamente estaba golpeada por la caída de los precios de los productos agrícolas en los mercados internacionales. 

Por ello, la ciudad no se pudo recuperar hasta varios años después con la llegada del "boom" generado por la aparición del petróleo en el Zulia.

La Maracaibo de finales de siglo XIX fue descrita por un Cónsul Estadounidense que llegó a la ciudad en 1877 como una ciudad que a pesar de su presentar una imagen atractiva a los viajeros que se acercaban a ella, era en la práctica un lugar caótico, sucio y que apenas ofrecía al viajero las mínimas condiciones de vida de una ciudad moderna.

En este contexto difícil creció Ana Isolina ganándose la vida como modista. En esa época toda la ropa tenía que ser hecha a mano o por las mujeres de las casas o en el caso de las familias con medios de fortuna por una modista que se contrataba para ello.

Mi madre recuerda a su abuela como una persona muy dulce y agradable. Por ello, muchas familias les gustaba contratarla. Para los estándares de la época era una vida de trabajo duro, pero soportable.


Cuando contaba con algo más de 20 años conoció a Manuel Fuenmayor un hombre, que según me contaron era un picaflor (mujeriego). 

Se enamoraron y planearon casarse. 

De acuerdo con la usanza de la época, el futuro esposo debía solicitar “la mano” de la mujer al hombre que era cabeza de hogar. Como ella no contaba con un padre que “la representara”, al que le tocaba ese papel era a su hermano mayor. Este era además cuñado de Manuel, por lo que lo conocía bien. Se negó a autorizar el matrimonio. No le permitiría a un hombre de su tipo llevarse a su hermana, que tenía un carácter bondadoso y sensible.

Siguiendo la historia contada por mi madre, Manuel para vengarse por la negativa “preñó” a Ana Isolina. A pesar de la “trastada” le buscó una casa donde vivir.

Pero las situaciones se pusieron cada vez peores. 

Manuel realmente debía ser un machista irresponsable y casi en simultáneo dejó a embarazada a otra mujer. Pero en este caso la situación ya no era un problema interno familiar. Los hermanos de la nueva “agraviada” lo obligaron a casarse a “punta de pistola”

Ahora, como hombre casado debía darle una casa a su esposa. Echaron a la calle a Ana Isolina embarazada, con una muy precaria condición económica y responsabilidades familiares con su madre y una abuela ciega.

Los años siguientes fueron muy duros para Ana Isolina. Incluso la obligaron a irse de una casa donde le habían permitido usar un cuarto para vivir porque la abuela inició un incendio por accidente. 

La situación debió ser tan apremiante que Manuel le quitó la niña a su madre y se la llevó a su casa, porque según su opinión no veía que estuviera creciendo bien.

A pesar de ello, Ana Isolina siguió permanentemente velando por su hija y se preocupó porque no estaba recibiendo ninguna educación en casa de su padre. 

Me pregunto cuál era la expectativa que ella tenía con respecto de la educación de su hija, tomando en cuenta que estábamos en la segunda década del siglo XX. Para ese momento, como dice María Antonia Palacios en un artículo sobre la educación de las mujeres del siglo XIX, ellas eran consideradas inferiores a los hombres y no se consideraba que estuviesen en posibilidades de recibir educación, sino nada más que lo más elemental. Las opiniones sobre las mujeres a principios del siglo XX no eran mucho mejores.

En cualquier caso, cuando la niña cumplió nueve años su madre logró que ingresara internada en una escuela de señoritas regentada por la educadora y pianista zuliana Amelia Ríos Hernández, madrina de la niña.

En esa escuela Eura recibió la mejor educación que una mujer podía tener en Maracaibo para esa época. Posiblemente aprendiera a leer y escribir, gramática, nociones de economía doméstica, historia, geografía, religión, etiqueta y labores de aguja y bordado. Pero además recibió clases de francés y piano.

Allí estuvo interna hasta que cumplió los catorce años. Y esa fecha fue decidida por su madre. Ana Isolina se  había prometido que no volvería a vivir con su hija hasta que le pudiera ofrecer una casa propia, ya que no quería que estuviese “arrimada” en casa ajena. Ana Isolina cumplió su promesa trabajando sin descanso hasta tener el dinero para conseguir un lugar propio donde pudieran vivir juntas sin presiones de otros.

La señorita Eura Fuenmayor Roo vivió desde ese momento trabajando como modista fina. Es decir, especializada en coser trajes de fiesta y matrimonio, lo que hizo hasta su matrimonio con Luís Ángel Iragorry, mi abuelo, en 1931.

Ana Isolina, ya con el nombre de Mamaina, se convirtió en la cuidadora y ángel guardián de sus siete nietos hasta dejar este mundo en 1961. Tuvo incluso la posibilidad antes de morirse de conocer algunos de sus bisnietos.

Sus colchas de retazos, sus dichos e ideas sobre el valor medicinal de las hierbas me llegaron a través de mi madre y ahora su historia recuperada me conectan con ese pasado. 

Todo ello me dice que el amor profundo es capaz de superar obstáculos que para una mujer sin medios de fortuna ni una familia que la apoyara podían ser considerados imposibles de lograr. Fue en fin su amor y tenacidad lo me permitió mucho tiempo después llegar hasta aquí.

Cuando reviso mi vida me consigo con varias tramas y retazos de amor interconectados que son mi vida y mi historia. 

Por eso entiendo que el hilo que une la vida humana no son las grandes historias, ni los momentos de triunfo, ni siquiera la adversidad, sino el amor. 

Son miles de manos que van dejando huella de generación en generación y en cada una de las etapas de la vida de todos nosotros.

Y aunque me formé de manera muy racionalista en una facultad de Ciencias (y eso también fue bueno y tiene sus propias historias de amor) ahora entiendo que lo que me conecta con el pasado y me empuja al futuro es sólo el amor en todo momento y en diferentes formas. El amor multiplicado que me hace decir gracias a Ana Isolina en un pasado muy anterior a que yo naciera y, también en el presente a las decenas de personas que me apoyaron cuando estuve enfermo, a mi familia y la gente dispersa en Venezuela y en todo el mundo que amo y espero poder decírselos y demostrarlo mientras aún pueda. 

Ese es mi historia ¿Ya ustedes descubrieron las historias que los trajeron hasta aquí y los mantienen vivos? 

Busquen las tramas del amor en sus vidas. Yo seguiré también buscando y cosiendo a pesar de la adversidad, mi cara de perro bulldog, mis inseguridades y achaques.

También esta historia es para ti.


Agrego posteriormente: La imagen en el encabezado proviene de la "Cueva de las Manos" en la provincia de Santa Cruz, Argentina. Los estudios arqueológicos han revelado que estas imágenes fueron realizadas a lo largo de muchísimos años en que la cueva se utilizó con fines rituales. Asimismo, algunas evidencias apuntan a que las manos que quedaron grabadas por una técnica similar a un esténcil (una mano actúa como molde, mientras con la otra se marca el contorno) son femeninas. Muy pertinente para esta historia.


Esta narración fue alimentada por los cuentos de mi madre que en este diciembre cumplirá los noventa años y además por los siguientes trabajos:

Álvarez Iragorry, Andrés y González Ferrer, Sandra. s.f. Árbol Genealógico de la Familia Roo. Mecanografiado.

Álvarez Iragorry, Andrés. s.f. Árbol Genealógico de la Familia Iragorri. Mecanografiado.

Bermúdez, Nilda. 2006. Vida Cotidiana en un Puerto Caribeño: Maracaibo a Fines Del Siglo XIX. Memorias. Revista Digital de Historia y Arqueología desde el Caribe, núm. 4, 2006. Disponible en: https://www.redalyc.org/pdf/855/85520404.pdf

Palacios, Mariantonia. 2015. La Música y la Educación Femenina en la Venezuela del Siglo XIX. Revista Venezolana de Estudios de la Mujer - julio - diciembre 2015 - VOL. 20/N° 45 pp. 87-103. Disponible en: https://www.academia.edu/22534810/La_m%C3%BAsica_y_la_educaci%C3%B3n_femenina_en_la_Venezuela_del_siglo_XIX



jueves, 31 de diciembre de 2020

Los vínculos que me mantuvieron en pie durante el 2020

 


El año 2020 fue un año difícil para todos, en distintas medidas. Lo ocurrido este año nos golpeó muy duro, particularmente a los que vivimos en Venezuela. Desde las enormes tragedias que sufrieron y sufren muchos, hasta el encuentro con nuestros demonios internos durante las reclusiones obligatorias. 

Pero más bien quiero hablar de mis estrategias de supervivencia. La palabra clave que reúne todas ellas es “Vínculos”.

Sólo pude seguir adelante a través de una extraordinaria red de solidaridad, afectos y amores que me entrelazaron y tejieron muchas personas. 

Muchas veces esos vínculos fueron difusos. Son parte de las redes de compromiso y solidaridad que se han venido construyendo en el medio de la crisis y para actuar frente a las crisis. 

Otros son vínculos muy cercanos y personales que me sostuvieron como cinturones de seguridad que me cuidaron y protegieron de manera amorosa y firme. 

Eso unido al poderoso vínculo de la pasión por lo que hago, por mi país y por su gente.

En ese último tema seguí descubriendo los poderosos vínculos que los venezolanos tenemos con nuestra cultura tradicional, no importa que tierra pisemos y que aire respiremos. Son nuestras contraseñas de entrada a nuestro ser profundo donde están cimentados nuestros modos de ser e identidad.

Es claro que nuestra identidad venezolana más que en próceres y monumentos está montada sobre comidas tradicionales venezolanas. Son tan fuertes esos vínculos que los venezolanos se los han llevado a todas partes donde han ido. 

En algún momento quise hablar de esas ideas. Pero no como tema serio sino divertido. Retomé algunas ideas del pasado y me puse a dibujar unas arepas simpáticas. Sólo como juego. 

A algunas personas les gustaron. Una amiga me preguntó si no podía dibujar una hallaca. En algún momento incluí una mandoca. Otras me retaron con cachapas, tequeños y hasta panes de jamón. 

Al final resultó que fueron saliendo la mayoría y aquí se las presento.

La liga de la tradición formada por la poderosa superarepa que ya cubre todo el mundo. La hallaca, nuestro Hulk culinario navideño. La empanada capaz de ser rellenada con mil sabores,  sensaciones y sorpresas. La cachapa, redondo plato volador, que conecta lo dulce y lo salado. El rápido tequeño que se come a velocidad de Flash. Y la mandoca nuestro churro regionalista y sabrosón.  

Todas ellas (¿O todos ellos?) además son defensores de nuestros derechos a la cultura, alimentación, salud, ambiente, trabajo y economía de nuestra gente. Y más allá son los y las defensoras de los vínculos que nos unen a pesar de todos los que nos han intentado separar.

Es un regalo para todos ustedes. Espero les guste.

Feliz año.